Paula miraba las gotas de lluvia caer incesantes en el cristal de su habitación mientras el tocadiscos de su padre hacía girar sinuosamente las melodías de Mirah, pasó la yema de su dedo índice por la gota que al otro lado del cristal resbaló hacia abajo siguiendo ese camino de gotas hasta poder fijase en su jardín.
Hacía menos de una semana que se habían vuelto a mudar, esta vez por su padre. Al parecer el respetable doctor Carlisle no podía mantener su bragueta cerrada, ya pasó una vez cuando Paula tenía menos de diez años y tuvieron su primera mudanza y ahora a la edad de dieciocho años se había vuelto a cambiar de instituto porque su madre había pillado a su padre en la sala de espera con la nueva enfermera haciendo algo más que “prácticas”.
Paula respiró todo lo hondo que pudo he izo de tripas corazón esperando que pasase algo en su vida, sus ojeras estaban marcadas y el verde de sus ojos medio apagado y es que desde que se habían vuelto a mudar no había podido dormir bien ni una sola noche y no entendía el motivo, había tomado suficientes pastillas como para sedar a un caballo pero no le hacían el mínimo efecto.
Cuando la variación de la música cambió se sentó en ese enorme sofá de cuero negro que sus padres habían insistido en poner en el salón, eran las cinco de la tarde y no había nada en la calle, la ciudad era lluviosa en esta época del año y lo que menos quería era volver a los pensamientos que siempre ocupaban su tiempo.
Se negaba al echo de estar desperdiciando su vida haciendo lo que sus padres querían, Paula era buena con las matemáticas y era buena haciendo prácticas de lógica, en cambio las letras no se le daban muy bien, aún que le gustaba leer sobre todo poesía gótica muy acorde con su estilo de vestir, de negro, la sencillez del negro siempre era un respiro para ella.
Nada de ropa floreada o de colores como la que llevaba su madre mendigando un poco de atención de su padre que por otra parte no pensaba en otra cosa que en meterla en alguna enfermera calenturienta.
Ella se ceñía a la sencillez de los colores oscuros, se negaba a que algún hombre pudiese ver en ella
lo que ella veía día a día con su madre.
La puerta del desván se escuchó desde el salón, esta era una casa antigua, victoriana y lo cierto es que echaba de menos la compañía que una casa con tanta historia le pudiese proporcionar y no esos pisos pequeños sin ninguna personalidad.
Ella había sido la que había elegido la casa a pesar de que el que se la vendió dijo explícitamente que era conocida como la casa embrujada del barrio pero que nunca se habían hallado pruebas de eso.
A Paula no le asustaban los fantasmas más que nada porque sabía de sobra que existían y sabía que ella era capaz de hablar con ellos, de tratar con ellos... a veces solo cuando ellos querían.
Desde los ocho años, que en el entierro de su abuela la pequeña niña vio a la misma sentada al lado de su padre supo que tenía este don.
De echo su abuela la visitaba continuamente, al igual que el abuelo Chack, un viejo calvo y con bigote que era el amante de la abuela Catalina, la madre de su padre.
Ese secreto su abuela se lo llevó a la tumba, el verdadero apellido de su padre no era Cullen, sino Shuls. Por parte de la familia del abuelo Chack le había venido este Don como lo llamaban.
Aun que Paula no lo veía así. Últimamente había tenido unos sueños terribles sobre tiempos pasados, mazmorras y fuegos... ardientes cuerpos chamuscados sobre la fina hierva en las tierras de Italia, en los años de la inquisición, pero intentaba borrarlos de su memoria.
Eran episodios e vidas pasadas que no le servían de mucho en estos momentos de desconcierto en los que su familia estaba a punto de desmembrarse.
Su padre no soportaba la compañía de la perfecta Esme, y Paula no soportaba la compañía de ninguno de los dos, quizás por eso ambos se habían pedido turnos dobles en el trabajo para no verse, para no verla a ella y para no ver que lo que en realidad necesitaban eran estar juntos de nuevo o separados.
Las parejas son muy complejas quizás por eso Paula no estaba segura de como entablar conversación con otras personas, se sentía mucho más cómoda en su propio mundo, leyendo sus libros o viendo sus programas nocturnos sobre casas encantadas o gente que decía tener el don que ella poseía por el siempre echo de pensar “No soy la única que ve fantasmas o monstruos” aun que fuese mentira.
-Paula- la voz de Anna la antigua propietaria de la casa la hizo salir de sus pensamientos-.
-Hola Anna- dijo con voz pausada y le ofreció el sofá para que se sentase-.
La elegante mujer con su vestido ajustado y entubado hasta los pies de color negro, su moño alto
y sus elegantes tirabuzones en cada lado de su rostro le hacían olvidar que sin duda ella era un fantasma. Y que desde que se mudaron aquí se le aparece a esta hora por alguna extraña razón.
Anna era su “amiga” su confidente, la única con la que podía contar por ahora en esta casa.
Paula sabía que había más fantasmas en esta casa pero que no querían hablar con ella por no ser una de los suyos.
-¿Como ha ido el colegio?-.
-Bien, gracias por preguntar Anna- Paula miró distraídamente el toca discos- ¿Y como ha ido tu día?-.
-¿Como le van los días a los muertos joven Paula?-.
-No se, dímelo tú-.
-Aburridos- la miró por un largo tiempo y luego miró la lluvia golpear en el cristal- me gustaría salir de esta casa-.
-A mi también me gustaría...- dijo en un susurro- ¿Al ser fantasma no puedes ir donde quieras?-.
-Eso no es posible para mi, esta es mi casa...-.
-¿Sabes porque sueño esas cosas tan raras?-.
La elegante mujer con modales recatados y labios color morado me miró fijamente y negó con la cabeza con lentitud.
-Si lo sabes...-.
-Esta casa tiene grandes cosas preparadas para ti pequeña Paula... y no se me permite decir más-.
-¿La casa?-.
-Quedan tantas cosas por pasar... tanto que llorar y tanto que amar... no sabes como se ve la vida desde esta perspectiva-.
-Podrías ayudarme a cruzar al otro lado-.
-No voy a ayudarte a que te mates Paula-.
Paula se lo había propuesto la primera tarde que se le apareció y le explicó que ella era una fantasma. Pero Anna se negó en rotundo.
-Entonces juguemos a las cartas como hacemos todas las tardes-.
-Por supuesto mi querida Paula... por supuesto-.
ҖҖ
El doctor Cullen había terminado su jornada de trabajo y estaba remachando los último informes en su despacho. La bonita señorita Hale se había paseado varias veces frente a sus narices pero esta vez se obligó a si mismo a no caer en esa tentación no por Esme, sino por su hija.
Ella era la que se estaba llevando el peor papel, el más duro y difícil de todos y la verdad es que estaba cansado de que por su causa su familia estuviese sufriendo tanto. Pero Esme lo esperaba, sabía que no se fiaba de él y es por eso que la última vez lo pillo manos en la masa con aquella enfermera de diecinueve años... casi la edad de su hija.
Algo enfermizo en él hacía que desease acostarse con mujeres ajenas, mujeres que estaban dispuestas a cumplir todo lo que Esme no estaba dispuesta a darle.
Carlisle dejó los papeles en el depósito y escuchó pasos a su alrededor.
-¿Hay alguien ahí?-.
-Si doctor- como no, Rosalie Hale estaba detrás de él. Lucía un vestido ajustado y blanco, corto
su uniforme en dos tallas más pequeño que hacían asomar sus perfectos pechos por encima del borde superior del vestido y transparentarse sus erectos pezones bajo su uniforme, algo que le hacía pensar considerablemente que no tenía ni un triste sujetador debajo-.
La rubia se tocó los pechos con firmes movimientos y pasó su anillo de su dedo índice de la mano derecha sobre su pezón que se endureció todavía más.
La mujer avezanzó al cuerpo del doctor pero este con un firme movimiento la apartó de él.
-Basta- dijo con una firme voz-.
Se giró sobre sus talones y se fue por donde vino, al subir las escaleras del depósito un hombre de cabello blanco y bata de doctor se le cruzó y lo miró fijamente.
-Doctor Carlisle-.
-Es mi nombre-.
-Quería hablar con usted en privado, tengo un problema y usted al ser nuevo puede que me ayude. Soy el señor Billy Black soy el cardiologo del hospital-.
-¿En que puedo ayudarle?-.
-Mi hijo necesita ayuda doctor Carlisle y me han dicho que usted también es licenciado en psiquiatría, me gustaría que tratase a mi hijo como favor de compañero a compañero, claro está le pagaría una buena compensación monetaria-.
El doctor lo pensó por un momento y más trabajo significaba más aislamiento de los problemas que actualmente tenía en su casa.
-Está bien, le dejaré en el casillero de su despacho o a su enfermera mi dirección, puede pasarse allí a las ocho de la tarde-.
-Muchas gracias doctor, le debo una-.
-Ya me la cobraré- dijo entre risas el doctor-.
ҖҖ
|