California 1817
Por las calles soleadas no se veía ni un alma. Todas las mujeres y algunos hombres estaban en misa y los demás estaban seguramente en la cantina. El silencio sepulcral de la calle principal se vio interrumpido por los gritos del comandante de la guardia. Hacía apenas unas horas que el comandante Vulturi y sus hombres habían encontrado un poblado gitano. Ahora los llevaban presos a la prisión de la ciudad.
Entre todos esos gitanos dos mujeres destacaban. Una unos cuantos años mayor que la otra. Ellas sobresalían por su vestimenta. No era como la de los demás, las gitanas llevaban vestidos con pedrería, mientras que la de los otros era de un estilo más "informal". Pero sobre todo en lo que habían destacado fue en el momento en que las iban a apresar. Ellas se mostraron resignadas, pero el pueblo gitano no permitió que las apresasen, aunque luego lo consiguieron.
La mujer de más edad tenía el cabello castaño oscuro, sus ojos eran de un negro intenso, su tez de ese color tan propia de los gitanos y su cuerpo y cara eran atractivos. Su nombre era Esme y tenía alrededor de 40 años.
La otra mujer, Alice, era la más joven de las dos y también la más hermosa de "sus gentes". Sus cabellos negros a la luz de la luna brillaban como si esta se reflejase únicamente en ella, su piel morena como la de Esme, y lo más destacable: sus extraños ojos, eran negros y a la vez grises. El comandante no disimulaba el interés que tenía por la pobre muchacha.
Cabe decir que como gitanos que eran tenían unas curvas muy generosas y en los sitios correspondientes.
Lo más importante de estas mujeres: eran la reina gitana Esme y la princesa gitana Alice. Por eso su gente se había lanzado a ayudarlas para evitar que las apresasen.
Habían llegado a la prisión y las tenían metidas en unas celdas sin apenas luz, en horribles condiciones. Alice y Esme apartadas del resto de su pueblo. Mientras tanto en la parte de arriba, el comandante hablaba con el sargento García.
-García, quiero que lleves a esa muchacha al burdel de Carmen –decía el capitán.
-Pero señor, eso es muy cruel. A saber lo que le hacen a la pobre señorita… -argumentaba el hombre sabiendo lo que le esperaría, pero fue interrumpido por Aro.
-¡García! Ella no es una señorita, es una mujerzuela que no va a llevar una vida muy diferente a la que ya llevaba. Además, si te das prisa y acabamos esto cuanto antes, esa muchachita va a conocer lo que es el placer de verdad –Añadió riendo.
-Bueno, como mi comandante Vulturi mande –y el sargento se dirigió escaleras abajo pensando en lo que le haría a la chica.
El sargento García era un hombre de edad avanzada, unos 55 años mínimo, con calvicie, rechoncho y bajo y con un bigote que le hacía un físico más gracioso. El hombre era un poco corto de entendederas, la verdad. Pero sobretodo el sargento era un hombre amable, a diferencia de su comandante.
El comandante Aro Vulturi era un tipo alto, fuerte, de pelo negro y largo que se recogía en una coleta, y algo atractivo, pero a diferencia de García él no tenía ningún tipo de sentimiento, era una persona fría, y sobretodo arrogante como nadie.
Cuando el sargento García llego a la celda donde estaban las dos mujeres de "realeza gitana" Esme se tensó. ¿Qué les pasaría ahora a ella y a su preciosa niña?
-Señora, dígale a la muchachita que se despierte y venga conmigo.
-¿Dónde la va a llevar? Mire, se que usted es un buen hombre y que está bajo órdenes directas, dígale a su comandante que hable conmigo y puede que lleguemos a un acuerdo –Dijo Esme desesperada. Estaba dispuesta a cualquier cosa, incluso a vender su cuerpo a cambio de la libertad de su hija y su pueblo.
-Lo siento pero mi comandante no quiere hacer otra cosa que lo que me ha ordenado…
-Entonces ayúdela a escapar, ¡Se lo suplico! –dijo ella llorando.
-Mi señora, si por mi fuera los ayudaría a todos, pero mi comandante me ha dado órdenes estrictas –Cuando el sargento vio que la mujer estaba al borde de la histeria se apresuró a consolarla- Tranquilícese mujer, yo me encargaré de que quede en buenas manos.
Eso pareció consolarla un poco y despertó a su amada hija. García se la llevo y se montaron en un carruaje que los llevo hasta el burdel. Allí los recibió Carmen, la dueña.
-Hombre Gabriel, ¿qué haces tan temprano tu por aquí y con esta muchachita? Adivino es tu sobrina –dijo riendo la mujer, con escasas curvas observando a Alice.
-No Carmen, estoy aquí por trabajo. Te la traigo, son órdenes del comandante… - Y le explico toda la historia.
-Mmm… Está bien, me servirá de mucho. Dámela. –Carmen la cogió del brazo y la metió al local. García se fue no sin antes decirle que la cuidase como si fuese su propia vida. –Bien niña, ¿cómo te llamas?
-Soy Alice –dijo ella con desdén y veneno en la voz.
-Vaya, vaya. –Dijo la mujer riendo- Me parece que tu y yo nos vamos a llevar muy bien. Tienes carácter, me gusta.
-¿Para qué me quiere aquí señora?
-Tus pechos son grandes, tu cintura es estrecha y tus caderas son bastante pronunciadas. Habría pensado en ponerte a trabajar como a todas… pero con ese carácter tuyo va a ser imposible. Así que serás la camarera.
-Está bien. Pero a cambio quiero que me ayude a sacar a mi gente y a mi madre de la prisión. –Le exigió Alice a Carmen.
-¡Mira niña tu a mi no me exiges nada! Porque estas bajo mi poder y si yo quiero puedo tenerte chupando lo que yo te diga toda tu vida. –Luego más calmada continuó.- Si te portas bien, te ayudare. Pero para eso ya sabes lo que tienes que hacer. Y nada de mostrar ese estúpido carácter tuyo a los clientes.
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