Éramos cinco en el auto: Esme, Carlisle, Emmett, Edward y yo. Manejaba yo e íbamos charlando y bromeando. Esme retaba a Emmett y a Edward por todas las burradas que hacían.
De repente un ciervo se metió en mi camino, lo traté de esquivar. Lo que no calculé fue que la calle estuviera mojada. El auto dio un giro y chocó contra un árbol.
Miré a Emmett a mi lado, estaba inconsciente. Escuché la puerta del auto abrirse. Había una mujer ahí, me tomó un segundo reconocerla.
—¿Heidi?
—Hola, Jasper. Me enteré de que te va bien con mi hijo y con tu esposa, con ese mocoso y con la puta.
—No le digas así —me agarró del cuello y no podía respirar, el auto se desvaneció de abajo mío y caí en la tierra—. ¿Qué quieres?
—Voy a llevarte a la guardia, Aro piensa que serás útil —¿Quién es Aro? ¿Qué guardia?—. Es horrible que tenga que cargarte hasta allí, a estas alturas todos piensan que estas muerto.
Entonces se acercó a mi como si me quisiera besar, pero se dirigió a mi cuello. Sentí un dolor horrible, como si me quemaran vivo. Seguí sintiéndolo por un tiempo indefinido. Entonces el dolor se fue.
Abrí mis ojos, estaba en una habitación desconocida. Pero no fue eso lo que me extraño, fue que veía cada detalle, cada partícula de polvo, todo.
Había alguien en la habitación, me paré a una velocidad increíble y lo vi. Usaba una túnica oscura y sus cabellos eran negro azabache, sus facciones eran perfectas, su piel era de un blanco traslucido. Sus ojos eran rojos y turbios, como empañados.
Estiró su mano, esperando que le de la mía. Apenas toqué su mano se quedó mirando la nada. Después de un segundo, me miró.
—Jasper, es un placer verte —dijo, como si nos conociéramos de toda la vida—, bienvenido a la guardia.
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