NOTA AL FINAL
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Era difícil despertar así. Otra vez.
Sabiendo que la persona que estaba a su lado estaba despierta, pero aún así, no hablaba ni la hacía girar sobre su espalda para llenarle la cara de besos y decirle “Buenos días” como cualquier otra mañana.
Sí, en verdad era difícil.
Él tenía un mes de descanso en la oficina, el que le daban a cualquier empleado que pasaba por una situación similar. Y ella, dedicada al hogar de tiempo completo desde los últimos cuatro años, sólo tenía que esperar a que él se levantara y saliera de la habitación.
El ambiente era frío y hostil. Sus ojos ya no se conectaban de manera hipnótica, no sonreían y casi no hablaban. Estaban en medio del agonizante dolor del luto. Ya tenían semanas así, distanciados y consumidos por la rutina. Su dolor tan semejante y diferente a la vez, cada uno se envolvía en su propia burbuja y se limitaba a coexistir alrededor del otro. Podrían haberse separado, pero ambos sufrían el mismo dolor, y eso los unía.
Como siempre, él se fue a caminar enfundado en su ropa deportiva y ella se quedó mirando por la ventana viendo cómo el tiempo se consumía lentamente. Ella se fue al jardín trasero y comenzó a trabajar en él, sólo por hacer algo. Ahora que le dedicaba un gran porcentaje de su tiempo, lucía hermoso, en especial los rosales blancos y rosas que se extendían por toda la barda trasera. Dónde de seguro, las semillitas que un día regó por ahí con ella, habían dado fruto.
Justo ahora, se dedicaba a plantar unos lirios. Abrió de un tirón la bolsa de abono para la tierra, con una pequeña pala comenzó a mezclarla, hasta que topó con algo. Extrañada, ella quitó la tierra de encima hasta que descubrió lo que le impedía continuar con su tarea. Un jadeo de sorpresa escapó de sus labios. Desenterró la pequeña cajita, con manos temblorosas la abrió y adentro encontró el gran zafiro de fantasía; aquel que algún día, fue el preferido de su pequeña.
Sin poder impedirlo, un golpe de recuerdos la inundó. Y fue como si ella estuviera de nuevo ahí. Podía imaginar sus pasitos torpes y apresurados por las piedras del camino, su risita melodiosa, sus mejillas sonrosadas y su dulce aroma. Las imágenes brotaron con un torrente de sufrimiento, se derrumbó ahí, sobre el pasto.
Hecha un ovillo, tirada en el piso, revivió con el más duro pesar el fatal día.
Como cualquier domingo salieron al parque los tres. Jugaban y reían, eran una familia realmente hermosa. Corrieron por todos lados y al final tomaron helado, era normal, la pequeña no podía irse ese día sin su helado. Cuando se marchaban, la niña no quiso ir en su sillita de auto, quiso ir en las piernas de mamá. Su papá aceptó a regañadientes, tras la insistente mirada de mamá. En verdad eran felices. De camino a casa no faltaron las bromas, la risa, la dicha, y luego… todo pasó muy rápido. Un coche los embistió, la pequeña salió disparada por el parabrisas y ellos, simplemente quedaron sujetos a sus asientos por el agarre de los cinturones de seguridad. Ellos resultaron con apenas unos golpes, pero la nena… cerró sus ojitos y ya no despertó, ya no sonrió.
La amargura aún no pasaba, el recuerdo era constante.
Como pudo ella se levantó del piso del jardín, terminó su tarea, se aseó y fue directo a la cocina. Mientras preparaba la cena y esperaba a que él regresara, su cabeza viajaba al pasado, recriminándose su estupidez. Si no hubiera insistido, si por una vez no le hubiera cumplido su capricho, estaría ahí y nada hubiera cambiado entre ellos.
Él llegó justo cuando ella ponía la mesa.
-Déjame ayudarte- se ofreció él.
-No, Edward. En serio no es necesario…
-Por favor, Bells. Déjame ayudarte- ella asintió y fue por los recipientes con la comida.
Cuando puso las cosas en su lugar notó que él estaba parado en la sala, agachado, viendo algo que tenía en sus manos. Ella lo supo, había encontrado la cajita de la nena. Se acercó a él y puso una mano en su hombro.
-¿De… dónde…?- comenzó él con la voz quebrada, en un susurro.
-Enterrada en el jardín- contestó ella. Le dedicó una sonrisa triste y él la estrechó fuerte entre sus brazos.
Él pensó que ella se molestaría si la apretaba por mucho tiempo y la soltó; pero quería quedarse por siempre ahí, envuelto entre sus brazos. Él creía que ella lo culpaba del fatídico accidente, que si él hubiese insistido un poco más ella seguiría viva.
-Vamos a cenar- dijo él en tono tajante. No quería que ella notara la deformidad en su voz ni la lágrima que resbalaba por su mejilla.
Ella se entristeció cuando ya no sintió la protección de esos fuertes brazos que tanto amaba. Quería pedirle a gritos que nunca la soltara, pero algo le decía que él aún estaba molesto por su terquedad y que indudablemente él la culpaba. Aunque nunca se lo dijera ni ella lo preguntara.
-Me encontré con Ángela Weber mientras caminaba, ¿sabes?, deberíamos salir un poco. Ella nos invitó a cenar el viernes- dijo él rompiendo el intenso silencio.
-No tengo ningún problema con que tú vayas. Pero yo no tengo ganas.
-Vamos, Bella. Aún faltan varios días y…
-¡Que no!
El silencio reinó de nuevo y continuaron cenando.
Así pasaron los meses.
Poco a poco un abismo creció en medio de ellos, los distanció.
Cenaron, como cualquier otra noche, en un profundo silencio. Ninguno de los dos sabía qué era peor, si estar juntos o solos. Él se fue a dar una ducha mientras ella levantaba los pocos platos sucios y los ponía sobre el fregadero. Fue directamente a su recámara, se puso su pijama y se metió a la cama. Apenas estaba cayendo en la inconsciencia cuando algo la alertó. Sintió cómo unas muy conocidas manos, se colaban bajo las sábanas y entre su ropa para acariciar su espalda. En vez de relajarse ante el tacto, se tensó.
-Bella- susurró una voz ronca contra su cuello.
-Edward…- su voz no era más que un reproche.
-Oh, sabes que no estás cansada y que no te duele le cabeza.
-Pe…pero… no… no…
-Por favor- rogó.
Una caricia mucho más pretenciosa la desquició.
-¡Que no!- bramó apartando la mano de él con un golpe y sentándose en la cama en un solo movimiento.
El bufó como un toro embravecido, tomó un puro de la vieja cajita que estaba en la mesita de al lado y salió al balcón. Ella se derrumbó en llanto, aún sentada en la cama. ¿Por qué todo tenía que ser tan difícil? ¿Es que a caso no podrían ser los mismos de antes? Sin saber ni siquiera qué iba a hacer ella salió de la recámara dando trompicones por la furia de sus pasos. Pasó al lado de aquella puerta blanca con flores rosas en la parte inferior. Se sintió atraída por una extraña fuerza de aquella puerta sellada invisiblemente, la misma que tenía más de siete meses sin atravesar. No desde aquel día.
Cuando por fin pudo descansar su mano sobre la perilla, un foco rojo en su interior se encendió como una alarma y la hizo salir despavorida escaleras abajo. Se encerró en el despacho y dejó salir toda su miseria en un llanto sofocado. Después de un rato encerrada en su dolor, tomó aire, se puso de pie y fijó su vista en su siguiente blanco: el whisky. Bebió el primer trago con mucha dificultad, entonces la puerta comenzó a sonar en golpes frenéticos.
-Bella abre la puerta- ordenó –Abre, por favor.
-¡No!- chilló ella en un grito desgarrador.
Sus súplicas fueron subiendo de tono hasta llegar a los gritos, al mismo tiempo que ella terminaba hasta la última gota. Se sentía realmente mal, todo le daba vueltas. Se sentía atontada y furiosa.
-¡QUE ABRAS LA MALDITA PUERTA!- gritó él mucho más alto que las otras veces.
Ella sacó la suficiente fuerza como para estrellar el vaso contra la pared y partirlo en pedazos. Luego tomó el valor que necesitaba para encararlo. Abrió la puerta de golpe y trastabilló por el esfuerzo, él la sostuvo y la miró con recelo.
-¿Qué demonios hiciste?- preguntó furioso.
-Nada que te importe- contestó ella en tono pastoso.
-¿Cómo diablos se te ocurre hacer esto?
-Lo lamento, Sr. Cullen- dijo con sorna y haciendo una torpe reverencia.
-¿Ahora te va a dar por la bebida?
-¡Qué te importa!
-Tenemos que hablar- dijo él un poco más calmado –pero no es el momento.
-¿A sí? Y… ¿cuándo sí es el momento?
-Cuando estés sobria.
-¡Tonterías! ¿Quieres saber por qué lo hice?
-¿Por qué?- preguntó él con cansancio. Mientras veía cómo ella se detenía de los muebles para no caer.
-¡Porque ya estoy harta!- él hizo una mueca -¡Sí! ¡Estoy harta! ¡Harta de esta maldita situación! ¡Harta de estar aquí! ¡Harta de t…!
-Vamos, dilo… ¿estás harta de mi?- espetó furioso. Tras meditarlo unos segundos ella contestó.
-¡SÍ! ¡Estoy harta de ti!
-¿A sí?
-¡SÍ!
-¡Pues tú también me tienes harto! ¡Pareces un maldito fantasma! ¡Cada día estás más fría! ¡Te volviste una maldita amargada! ¡Sólo te dedicas a tu estúpido jardín! ¡Ya estoy harto de ti! ¡HARTO!
-¿Eso es lo que piensas de mi?
-Sí- contestó él con frialdad.
-Entonces, te puedes largar. La puerta es lo suficientemente grande para que tú y tus porquerías quepan por ahí.
-¿En serio? ¿Es lo que quieres?
-Sí- contestó ella con firmeza.
-De acuerdo- dijo él mecánicamente.
Sin dirigir ni siquiera una mirada hacia atrás, se marchó de la casa esa noche. Tomó todas sus cosas en tiempo récord, ni siquiera se despidió, sólo aventó su juego de llaves en la mesita de la sala y se fue.
Nada se aclaró, ya no hubo otra discusión, ni siquiera otra charla.
Así pasó más de un mes.
Él siguió con su trabajo. Se volvió algo mujeriego y comenzó a “vivir la vida”. Viajaba constantemente y en cada puerto, dejaba un amor. Siempre, con la certeza de que sus actos no traerían consecuencias. A pesar del amor que aún sentía por su esposa, el despecho y los malentendidos lo envolvieron en una inmensa bola de nieve que no lo dejaba ser feliz. Desapareció por completo de la vida de ella. No sabía que pasaría después, si se divorciarían o no. Pero prefería no saber de ella, al menos que ella lo buscara.
Cuando menos pensaron, pasaron dos meses más.
Ella se envició con el alcohol. Después de que lo vio a él besándose descaradamente con una chica de cuerpo descomunal, nada de lo que hiciera tenía sentido. Cayó en un profundo mar de tristeza, pensó que jamás podría salir de él. Una terrible estancia en el hospital gracias a su vicio, la hizo reflexionar un poco. Comenzó a asistir a terapia grupal en un centro contra las adicciones. En memoria a ella, su pequeña, saldría adelante. En ese lugar, donde la ayudaban constantemente, conoció a un hombre apuesto: Jacob. Él la comprendía, la hacía sentir bien, la acompañaba, la consolaba, pero sobre todo, la quería. Dos meses más bastaron para que tuvieran una sólida relación de amistad que se inclinaba hacia algo más.
Ella pasaba tiempo de calidad con su nueva conquista, paseaba por la calle tomada de la mano, apenas y se daban unos delicados roces con sus labios y tiernos abrazos. Era como vivir de nuevo en la adolescencia, como tener un segundo primer amor. Ella deseaba fervientemente que él fuera su destino, quería olvidar a toda costa su pasado y recordar lo único valioso que había tenido. Aunque, jamás podría engañarse. Su aún esposo, siempre estaría en su corazón, como un amor fallido y como un triste y añorado recuerdo de lo que no fue.
El esperado día llegó: el primer aniversario luctuoso. Jacob la acompañó a dejar un hermoso arreglo con un encantador peluche a la tumba de la pequeña hija de Bella. Ella lloró sobre su hombro y frente a él, prometió a su nena, que jamás volvería a caer en el vicio del alcohol. Salieron de ahí abrazados, al llegar a la puerta él no pudo soportar verla sufrir de aquella manera y le dio un casto beso en los labios, ella lo envolvió en un fuerte abrazo y lo besó de nuevo.
Lo que ellos no sabían era que no muy lejos de ahí, Edward los observaba. Él primero se había ilusionado de poder verla de nuevo, pensó en acercarse y suplicarle perdón, luego pensó en cambiar y ser de nuevo exclusivo a ella, pero nunca pensó que el chico que la acompañaba era más que un amigo. Su mundo se derrumbó. Perdió toda esperanza.
Esa noche, Edward fue a su antiguo hogar para corroborar lo que sus ojos habían visto por la tarde en el panteón. No tuvo que esperar mucho, un coche desconocido lucía flamante en el lugar que él solía ocupar. Poco tiempo después los dos salieron tomados de la mano. Él pensaba que ella estaba mucho más hermosa, pero también pensó que jamás llegaría a decirlo.
Su tristeza lo carcomió. Decidió dejar su etapa de libertinaje y dedicarse de lleno a la compañía para la que trabajaba. Con suerte encontraría a una mujer que pudiera satisfacer en una milimétrica cantidad el vacío que ella había dejado. Se dio por vencida. Pero no fue la única decisión que tomó esa noche.
Esa misma noche, ella le suplicó a Jacob que no la dejara. Durmieron en la sala, después de una larga película, porque aún no se atrevía a compartir su lecho con otro hombre. Tenía una relación muy abierta con su novio, le parecía extraño estar empezando de nuevo, no por nada duró casada cinco años con Edward, sin sumar los tres de noviazgo. Era joven, apenas tenía veintisiete años, podría sobrevivir el resto de su vida al lado de Jacob.
-Sabes que tendrás que hacerlo. Vamos, hazlo hoy que no estás sola- incitó su apuesto novio, mientras comían en el jardín.
-No sé.
-Sé que puedes hacerlo.
Ella asintió dudosa, no sabía si en verdad estaba lista. Pero tomó valor y asintió decidida.
Después de la comida, él se encargó de traer muchas cajas. Después de dar varias respiraciones profundas, logró girar la perilla. Apretó los ojos, y dejó que la puerta se abriera de par en par. Sintió un suave abrazo y poco a poco abrió los ojos. Todo estaba exactamente igual, había polvo por doquier, pero todo en su lugar. Igual que como su pequeña lo dejó. Se adentró en la habitación y observó todo con nostalgia. Él la apoyó en todo momento y la ayudó a sacudir y ordenar las cosas dentro de las cajas.
-¿Esta… es?- preguntó mientras le mostraba un portarretrato a ella.
-Sí- contestó con orgullo y una sonrisa acompañada de unas cuantas lágrimas –Ella es mi pequeña Carlie.
-Era muy hermosa. Se parecía mucho a ti.
-Sí, lo sé. Aunque a mí me parecía que era igual a él- dijo con tristeza.
-Tiene algo de los dos- dijo él sonriente. La atrajo en un abrazo y después de un rato reanudaron la tarea.
Poco tiempo después un paquete en la correspondencia llamó la atención de ella. Lo abrió y unas cuantas lágrimas escaparon de sus ojos. Los trámites del divorcio. La cita estaba fijada para dentro de un año, claro, siempre y cuando estuviera de acuerdo con los términos y condiciones. Y así era.
Su novio la consoló, le dijo que estaría con ella en todo momento. Ella le sonrió y le dio un cálido abrazo. No podía dejar de maravillarse con lo encantador que era ese hombre y lo inocente que era su relación. Podía llegar a amarlo profundamente; porque sí, lo quería, pero no tanto como ella estaba segura de que podía amar.
-Sabes que tendrás que hablar con él y arreglar sus diferencias- insistió Jacob por enésima vez.
Hacía una semana que el aviso del trámite de divorcio estaba en manos de ella y desde entonces él le insistía con que debía arreglar su situación con su ex pareja.
-Recuerda que es uno de los pasos- le recordó haciendo referencia a su programa de superación.
-Está bien- dijo ella dándose por vencida.
Él se puso muy feliz, esa noche la llevó a cenar a un lindo restaurante como premio a su determinación.
Al siguiente día una noticia le desmoronó su presente, otra vez. Su querido novio había sido atropellado en un escalofriante accidente. Rápidamente fue al hospital. Cuando llegó los padres de él la invitaron a despedirse. Había caído en una muerte cerebral y habían decidido desconectarlo. Ella no era nada, sólo su novia, no podía decidir. Con todo el dolor de su alma pasó a darle un último beso y a decirle adiós.
Se desbarató.
Estuvo tentada a caer de nuevo en la bebida. Pero ella ganó. Por su hija, y ahora por él, no lo haría.
Dos días después del servicio fúnebres de su novio escuchó que llamaban a su puerta. Le pareció extraño, no esperaba visitas y sus amigos tenían mucho tiempo sin frecuentarla. Controló como pudo la cortina de llanto, se levantó del sofá y abrió la puerta. Se quedó estupefacta.
Frente a ella estaba la más rara de sus ilusiones.
Edward.
-Lo siento tanto- dijo él con un pesar enorme y una indescriptible tristeza tatuada en sus ojos.
Ella lo envolvió en un eufórico abrazo y lo hizo pasar. Esa tarde hablaron largo y tendido. Aclararon todo, después de tanto sufrir, lograron perdonarse. Esa noche él no tuvo corazón para dejarla sola ni ella tenía el suficiente valor como para pedirle que se fuera. Se acostaron en la cama que tantos años compartieron y siguieron hablando hasta el amanecer, uno frente al otro.
Uno a uno, los días pasaron. Retomaron su antigua relación, pero empezando de nuevo. Era como un nuevo y extraño romance. Él la ayudó a sobrellevar la muerte de Jacob y ella se dejaba consolar por su esposo.
Tenían un mes de haber retomado la situación. Para celebrar un poco, ella preparó una cena especial y se arregló lo más encantadora que pudo. La cena no transcurrió en silencio, al contrario, hablaron muy animadamente y entre broma y broma prometieron que jamás lo volverían a hacer. Fueron a la sala, continuaron con una plática muy amena y brindaron con varias bebidas dulces sin alcohol.
-No he tenido oportunidad de decirte lo hermosa que estás hoy- dijo él perdiéndose en la mirada marrón que lo observaba fijamente.
-Gracias- susurró ella con una sonrisa y un tierno sonrojo.
Se miraron a los ojos por tiempo indefinido, se hizo una proximidad electrizante entre ellos. Sintieron cosas que habían olvidado por completo. Luego ambos sonrieron, sabían que sentían lo mismo. Ella agachó la mirada, él sintió que se desesperaba por la pérdida del contacto de sus ojos y la obligó a verlo, poniendo una mano en su quijada y elevándola levemente. Se fue acercando, ambos sentían que el corazón les explotaría en cualquier momento.
Rozaron en una leve y suave caricia sus labios, poco a poco comenzaron a fundirse en una espiral de sentimientos. La pasión se los fue consumiendo de a poco, hasta que terminaron tendidos bajo las sábanas piel contra piel. Él aún dudaba un poco, pero esta vez ella sí estaba segura. Con una mirada pidió permiso y con un gran beso fue respondida su pregunta muda. No hacían falta las palabras. Esa noche se dedicaron a ser uno, y exploraron cada recoveco que se les puso enfrente. Se reencontraron e inmediatamente se reconocieron. Fue mágico.
Pasaron dos meses más en los que los que sus encuentros periódicos se convirtieron en diarios. Salían los fines de semana y aceptaban cuanta invitación les daban. Se trasnochaban de vez en cuando y hacían locuras de adolescentes.
Se amaban.
Pero aún había cierto atisbo de temor y duda en ella. Tomó una decisión. Una noche, mientras descansaba su cabeza sobre el pecho de él, decidió hablar.
-¿Aún estás despierto?- susurró.
-Sí- contestó él con firmeza.
-Quiero hablar contigo.
-Claro.
-Edward, estos últimos tres meses han sido maravillosos. No me arrepiento de nada de lo que ha pasado. Pero, no sé… tengo miedo.
-¿De qué?
-Una vez funcionó, pero no estoy segura de que funcione dos veces. Creo que… lo mejor es darnos un tiempo. Debemos pesar con la cabeza fría qué vamos a hacer. Recuerda que la demanda de divorcio aún sigue y…
-No estás segura de firmarlo o no. No te preocupes, te entiendo.
-¿Estás enojado?
-Por supuesto que no. Además, hay una excelente oferta de trabajo para mí en el exterior y estaba pensando en aprovecharla.
-¿En serio? ¿Por qué no me habías dicho?
-Hoy me acabo de enterar.
-¿Cuándo te vas?
-Mañana mismo- ella ahogó un sonido de asombro en su garganta. No lo detendría, tenía una idea de lo que se trataba ese viaje. Algo que él siempre había buscado.
-Te deseo mucha suerte- contestó sincera.
-A ti también- se quedaron en silencio. Después de meditarlo un rato él habló de nuevo.
-¿Estás dormida?
-Un poco, sí.
-¿Has pensado en que existe la posibilidad de que…?
-¿Qué?
-Bueno, hemos estado juntos casi dos meses y pues…- dijo mientras acariciaba el estómago de ella.
-Entiendo. Pero lo dudo.
-¿Por qué?
-Edward, si mal no recuerdas, Carlie fue un verdadero milagro. Mis problemas hormonales no me ayudan en nada. No creo que tengamos un milagro por segunda vez.
-¿Recuerdas lo mucho que lo deseamos?- preguntó él con nostalgia.
-Sí- susurró ella.
“Exactamente igual que como lo deseo ahora”- pensó él.
Olvidó sus anheladas fantasías y se quedó dormido. Entre los brazos que más deseaba, por última vez.
Al otro día no quiso despertarla. Dejó una nota sobre el buró y le dio un suave beso antes de irse. La extrañaría como loco, pero ese viaje era un gran reto que había estado esperando.
Él no se podía quejar, le estaba yendo de maravilla y su sueldo se inflaba cada vez más por su excelente desempeño. Estaba dedicado al 100% en su trabajo, así no tendría que pensar en ella.
Llegó el día en que ya no aguantó más. Tuvo una exhaustiva jornada laboral, terminó todo su trabajo pendiente y sin tomarse tiempo de descansar se subió al primer vuelo que lo llevaría de regreso a casa. No sabía cómo había aguantado seis meses lejos de ella.
Llegó desesperado y exhausto a la casa. Pero estaba vacía. Había desaparecido, llevándose un gran secreto con ella.
La buscó poco más de un mes, hasta que la encontró. Después de tres investigadores privados, supo su nueva dirección. Estaba en una ciudad al otro lado del país. Con más desesperación que al principio se lanzó a su encuentro.
Cuando estuvo frente a la pequeña casita blanca, su corazón latió frenético. Corrió a la puerta y tocó con insistencia una y otra vez.
-¡Ya voy!- cuando escuchó esa voz se sintió nervioso, igual que un adolescente controlado por las hormonas.
-Buenas… tardes- dijo ella, quedando clavada en ese instante bajo el marco de la puerta.
-Bella- dijo él. Observándola detenidamente, su mirada la escrutó y se detuvo en un punto fijo, algo notorio que él desconocía, algo que ella no había dicho.
-¿Edward?- dijo ella con asombro.
-¿De… quién…?- dijo apenas apuntándola.
-¡Edward!- canturreó ella lanzándose a sus brazos.
Como si lo supiera, el bebé comenzó a moverse dentro de ella.
-¿Es… es?- preguntó él atontado y sorprendido.
-Sí- contestó mientras asentía y un mar de lágrimas descendía por sus mejillas –Nuestro- dijo poniendo una mano de él en el abultado vientre.
Cuando él sintió el movimiento sonrió fascinado. Ella soltó una risita y pasaron a la sala.
-Cuando te fuiste, no quise quedarme atrapada en la casa. Me traía muchos recuerdos. Consideré el hecho de que tenía esta herencia de mis padres y me vine sin dudarlo. Cuando me enteré del bebé te busqué pero, no me diste ningún número ni dirección y…- él silenció su explicación con uno de sus dedos.
-Perdóname. Nunca debí irme y…- ahora ella lo calló. Pero con un beso.
Retomaron su matrimonio, y juntos se prepararon para la dulce espera. Estaban más plenos, contentos y cada día la reconciliación merecía más la pena. Él había arreglado las cosas en su trabajo, de tal manera que podría trabajar en la sucursal de esa ciudad.
Nunca habían dejado de amarse y en esta segunda oportunidad que se daban ellos, y la vida misma, se encargarían de prever y afrontar todas las situaciones posibles.
Dos meses después de la llegada de Edward, él recibió una llamada en su celular. Su abogado le pedía que se presentara para firmar el divorcio, ya había pasado el año. Entabló una larga plática con él y quedó en un acuerdo. Obviamente, no firmaría nada.
-¿Quién era?
-El abogado, me llamó porque…- las palabras se atoraron cuando volteó a verla -¿Porqué traes las maletas?- preguntó con pánico.
Ella sólo asintió y salieron disparados hacia el hospital.
Después de un extenso trabajo de labor, escucharon el sonido más hermoso. Ambos rieron completamente satisfechos.
-¡Es una niña! ¡Felicidades!- dijo el médico.
-Gracias, mi amor. Te amo- le decía él una y otra vez mientras besaba su cara. Ella sonreía, sintiéndose sumamente feliz.
Una enfermera acercó a la pequeña niña. Era hermosa. Una pequeña parte de los dos. Tenía la piel sonrosada, las mejillas teñidas de rosa, el cabello rojizo de su padre y una combinación de ambos en el rostro. Él la cargó y la puso en el regazo de su madre. Abrió los ojitos y no pudieron evitar el llanto. Tenía una copia exacta de los ojos de Carlie.
Cuando estuvieron en un cuarto del hospital, se pusieron a recordar mientras esperaban a que trajeran a la pequeña nena.
-¿Lo recuerdas?- preguntó ella. Él asintió.
-El parto de Carlie, cómo olvidarlo. Me parece increíble que tenga su mirada.
-Lo sé. Renesmeé tiene exactamente los mismos ojos de Carlie.
-¿Renesmeé?- ella asintió expectante –Me gusta- sonrió él, para ganarse una sonrisa de ella.
-No puedo evitar pensar en que si Carlie estuviera aquí, tendría casi cinco años.
Él la abrazó y la besó con dulzura.
-Descansa, después hablamos- ella asintió y se acomodó entre las almohadas.
Poco después una enfermera le entregó la niña a él. Embelesado con ella, la arrulló y le habló sobre Carlie.
-Mira a tu mamá- dijo inclinándola un poco hacia Bella –te aseguro que es la mejor. Me encargaré de cuidarlas, pero sobre todo, nunca las voy a dejar. Son lo más importante que tengo y… ¿te cuento un secreto? Las amo.
Ese instante en el hospital marcó el comienzo definitivo para una nueva etapa en la nueva familia. En la que aprenderían a vivir con su pasado, disfrutar su presente y prever el futuro.
FIN
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HOLA!!
Como celebración a las 10,000 visitas al fic! les hice este One Shot! bueno, en realidad sólo lo subi (ya lo tenía jeje) .... Espero que les haya gustado y... no coman ancias!!!! pronto les subo el último cap de "Buenos Días Mr. Cullen"
Este drama resultado de un momento de locura! jeje.... se lo dedico con mucho cariño a mi incondicional, jajaja... Isabella! Gxx por el apoyo a cada locura, por acompañarme cada finde, por los regaños, momentos de estupidez, pero sobre todo tus consejos!!! TQM!!
Chic@s, espero recompensar un poco su espera!
Gracias!!
Mil besos de bombón
;)
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